Pasando la Laguna Azul, llegábamos al Playón, a la zona que ahora le llamamos Playa Norte. En este sitio no había un solo árbol pues son terrenos en lo que el mar ha acumulado arena y ampliando cada vez más las dimensiones de playa. Solo se encontraban plantas pequeñas como las enredaderas o rastreras como la riñonina.

El playón era, como lo mencionó el inolvidable brechero Toñico Badillo: “La costa brava de la isla”. Es decir, la costa donde revientan las olas de nuestro Golfo de México. Esa costa era visitada mas bien, al caer la tarde, por aficionados a la pesca con chinchorros.

Se juntaban varios amigos, y a bordo de una carreta tirada por un caballo subían el chinchorro y además la leña, las cucharas, los vasos, los platos de peltre, la sal, los limones, olla y especias como orégano, pimienta, el imprescindible chile habanero, las tortillas y la botella de caña o aguardiente. Esta última para entonar. Al llegar al playón le quitaban la careta al caballo y ellos se quedaban en en calzoncillos de corte largo y de color mayormente blancos; ya listos procedían a realizar el primer lance del chinchorro que arrastrándolo sacaban al poco rato, colmado de pámpanos o mas bien de hermosos pargos mulatos. Y así después de uno o dos lances más, contentos se repartían los abundantes pargos luego procedían a preparar la candela y la olla para el exquisito caldo de pescado con las especias que habían llevado. Entre el rico y nutritivo caldo de pescado y el trago de aguardiente, los amigos pasaban, divertidos hasta las tempranas horas de la noche.

Cuando había mucho chaquiste, en el pueblo se comentaba que seguramente había abundante camarón siete barbas en la orilla del playón y no sabemos por qué, pero efectivamente lo había y en abundancia. Se veía a los interesados en su captura como recordamos a los Sres. Mashate, al pelón Ojeda, a Pancho Gual, a Paco Juárez y otros más que se dedicaban a la pesca del siete barbas. En ese tiempo se ignoraba que cerca de nuestras costas había en abundancia el camarón gigante.

Con el camarón siete barbas llenaban costales de henequén, los subían a sus carretas y los trasladaban a sus casas; los cocían o sancochaban con agua de sal y luego los ponían a escurrir, para finalmente ponerlos a secar al sol sobre las terrazas que en los patios de sus casas. Algunos los colocaban sobre las banquetas, en la calle. Ya bien seco lo encostalaban y se vendía en la ciudad o bien se enviaba al interior de la república, principalmente la capital.

El playón era de arena muy blanca con abundante variedad de conchas y caracoles y desde lo que ahora se conoce como la colonia Justo Sierra, comenzábamos a ver desde la playa, los terrenos con abundantes matas de frutos silvestres: nance, icaco, uva de mar, guayaba, vinillo.

Sin dueños, estos frutos pertenecían a todo aquel que quisieran ir a cosecharlos. Recuerdo que mi padre nos llevaba de pasa día, íbamos en carreta hasta esos terrenos. Mi madre y mis hermanos, cargando canastas para llevar nances, los icacos o las uvas que cortábamos para llevar a casa. Mi madre nos preparaba siempre sabrosos dulces de nance o de icaco.

Texto de nuestro entrañable amigo, Manuel Rivero Sáenz+

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